Llegamos diez minutos tarde al hotel. En realidad llegamos en buena hora, pero el equipo se había adelantado y no pudimos conseguir más que una foto con Bojan, ese ídolo de masas femeninas, otro del grupo de Canales, dignos sucesores de Julen Guerrero o cualquier otro Beatle futbolero. El Capitán y algún otro saludó desde la distancia. Esa distancia fue imposible de superar por la seguridad del equipo y porque no pertenecíamos a ningún club romanista ni comemos pizza en un restaurante valenciano. Un saludo del Capitán ya es mucho, pero queda en la memoria y poco más. El objetivo era una foto.
Desilusionado marché de allí, pensando un plan B, C, C.1 y hasta D para conseguirlo. Bastó un segundo intento. Tras una paella una vez hubimos escapado de la algarabía de jóvenes católicos, y una Coca-Cola en un local chill out junto al mar, mis prisas e impaciencia nos llevaron de vuelta al hotel. Mis prisas y también un agresivo y veloz taxista televidente de ‘El Barco’.
Las puertas del hotel, al principio únicamente custodiado por las fans de Bojan y nosotros, fueron llenándose poco a poco de curiosos, gente que hacía tambalearse mis posibilidades de lograr las fotos. La espera se hizo más larga de lo pensado y hasta incomodó la presencia de guardias civiles con mochilas de dibujos animados. Hasta que salieron. Ante mi sorpresa, la gente se quedó parada, se oía mucho ruido pero nadie avanzó hacia los jugadores. Nadie salvo yo, quiero decir. Tras saludar a Rossi, mi primera duda fue si elegir foto con Perrotta o con David Pizarro. Aún no sé bien qué impulso me hizo agarrar a Perrotta y lograrla con él. Acto seguido el bello Borriello fue mi segunda víctima. Hasta que los gritos de mi hermano me avisaron de la presencia de Totti, mi capitán.
Prometo que había mucho ruido en esa entrada del hotel, y sin embargo escuché perfectamente el “¡Carlos! ¡Carlos! ¡Totti! ¡Por ahí!”. Y por ahí que fui. Totti sí era foco de la atención de la gente, estrella mundial (Campeón del Mundo), pero encontré el hueco y momento perfecto. Quizás mi camiseta romanista y mis palabras “Capitano, per favore” ayudaron, pero conseguí esa ansiada foto. Ya estaba. El resto del tiempo lo pasé completando mi colección de fotos: Taddei, Heinze, Luis Enrique (sensación rara). También logré que me ignorara por segunda vez Stekelenburg, y darle ánimos a José Ángel, con el que hablé como si fuéramos amigos. O parecido.
Fue después de eso, cuando ya había salido casi toda la plantilla (faltaba Bojan, que hizo la táctica de esperar y aprovechar la calma) cuando me di cuenta de lo logrado: una foto con Don Francesco Totti, eterno capitán, ídolo de casi siempre, lobo y bandera de la Roma.
Había sido gracias a la sorprendente labor de fotógrafos de mi hermano Luis Alfonso y de mi amigo Vicent Molins, que además de disparar de forma certera sus reflex habían gastado tiempo y paciencia en conseguir mi objetivo. ‘Las manos ásperas de trabajar por un sueño’, que diría Bruce Springsteen.
Luego fui por primera vez a Mestalla, buen estadio. Y perdimos, tal y como esperaba, pero estar junto a Totti, lograr su saludo, tocarle (ojo que esto no suene muy homosexual) y hacerme varias fotos con él compensan todo. Confieso que durante el día me había comportado más como un fan de 12 años que de 22. Esa es la ilusión del niño. Esa no me la quitan.
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