CONTIGO APRENDÍ
Demoré cuanto pude este escrito, cegado de esperanza porque se esfumara todo lo que había visto, oído y leído durante las tres últimas semanas. Son tantas las cosas que contigo aprendí, que no voy a ser estricto con mi cada vez más flaca memoria. Porque con total injusticia se me olvidarían cosas. Seguro.
Contigo aprendí a admirar al rival cuando te tocó defender sus colores. No exagero si digo que en mis dieciocho años de vida no he visto mejor jugador que tú. Contigo aprendí que un jugador sólo puede ganar muchos partidos. Contigo aprendí que las defensas pueden temblar con la simple presencia de una figura no muy estilizada. Tú me impregnaste ese sentimiento que durante todo el tiempo me ha permitido tapar los oídos ante las críticas. Para justificar el verdadero azote de la apatía. Para mostrarle al mundo que tú y sólo tú eres el número uno.
Contigo aprendí a ser paciente, siempre supe que siempre volverías. Contigo me emociono cada vez que recuerdo al Teatro de los sueños en pie. Cuando tú la cogías se paraba el mundo, enmudecía la grada y el balón sonreía haciéndole un guiño cómplice a la red.
Contigo aprendí a decir gracias en japonés, aquel día que conquistaste Yokohama. Fuiste rey de la rivera del Manzanares, donde resoplan aliviados. Contigo aprendí que medialuna en la cabeza significaba sin más remedio una victoria segura. Contigo aprendí a amar el fútbol como nunca antes lo había hecho. Y ahora sé, querido (ex) gordito, que nada será igual. Diré adiós a las galopadas, los goles, e incluso a esa vagancia que te hacía ganarte la ira de todos. Pero estás perdonado, porque eres humano, aunque por Santiago de Compostela se empeñen en negarlo.
Desde tu primer día con aquel doblete, contigo aprendí que vería con frecuencia tu enorme sonrisa, que serías feliz aquí y que seríamos felices contigo. Contigo aprendo que el mundo es injusto y la memoria del aficionado muy corta. Me acostumbré tanto a ti que siento un gran vacío ahora que te vas. Te deseo lo mejor, y deseo que le demuestres al tozudo italiano que contigo se ha equivocado. Me fastidia no haberte visto con “La Orejona” entre tus manos, pero goles son amores, y no buenas razones.
Ahora sólo deseo que algún día aunque estés retirado, te mueras por volver, aunque sea con la frente marchita, que cantaba Gardel. Porque contigo aprendí.